Matrimonios: Remar mar adentro, 1º Parte



P. Vicente Gallo, S.J.



1. “Jesucristo es el mismo ayer, hoy y siempre” (Hb 13, 8)



Jesús eligió a “Los Doce” para el trabajo de “pescar hombres”, porque perecíamos todos en el naufragio del dolor, el pecado y la muerte. Entendamos que los peces, cuando se los pesca, se mueren. Mas, por otra parte, si no se los pesca se mueren también, en su mundo, su ambiente; y “perecen” sin ser útiles para nadie ni para nada. “Pescar hombres”, que dijo Jesús a los suyos, es para que mueran también, pero con la muerte de Cristo, no “pereciendo”, sino para tener vida eterna creyendo en él (Jn 3, 16).


Todos los seres humanos, siendo nada menos que “hombres”, superiores a todo lo demás que hay sobre la tierra, sin embargo no son más que hombres. Como una inmensa procesión de pecadores y sufrientes de mil modos, definitivamente impotentes por ellos mismos, que terminaban todos despeñándose en el abismo insondable de la muerte. Vale la pena hacer memoria de lo que ha sido la humanidad en toda su historia trenzada de desgracias, de guerras, de ruina, de fracasos, en sus pretendidos logros.

Aunque también debemos mirar los admirables avances que ha ido conquistando a lo largo de sus milenios, mientras que los animales no han conseguido logro alguno. Pero viendo que, todo ello, sin Cristo, nada resuelve al final en su penoso vivir de ser sólo hombres. Todos acaban en el mismo abismo; y en él terminan todos sus afanes y sus conquistas. En el pasado, y lo mismo en el futuro del tercer milenio que ya hemos comenzado con gozo. Sólo Cristo, enviado por el Padre para salvarnos, es la solución para el destino tan triste que nos aguarda a todos. Cristo se pone a la cabeza de la procesión humana, y con él no se termina siempre en la inevitable perdición, sino en su misma vida de Resucitado, la Vida de Dios hecha nuestra y para siempre. Esta es la “Buena Nueva” que debemos anunciar a todos para que se salven, creyendo en Cristo como nosotros, creyendo en ese amor que Dios nos tiene.

Podríamos hacer un recorrido de lo que han sido el primero y el segundo milenios desde que vino al mundo el Salvador Jesucristo enviado por el Padre. Veríamos sus comienzos de dificultades, de persecución de parte de los poderes de este mundo, a veces de aparente paz con las ayudas y las trabas que esos poderes pusieron a la evangelización; y también veremos cómo, increíblemente, el cristianismo se abrió paso por el mundo entero en ambos milenios. Pero “Jesucristo es el mismo ayer, hoy y siempre”, tiene vencidos a todos sus enemigos, y hasta la muerte está ya vencida, no tiene dominio alguno sobre él (Rm 6, 9).

“Remen mar adentro, echen las redes para pescar” (Lc 5, 4), dijo Jesús a sus Discípulos y nos dice hoy al comenzar en tercer milenio. Nos lo recordaba Juan Pablo II en su Carta al comenzar el nuevo milenio. Pensando cada uno en el presente de su propio país, podemos ver ese presente en todo el mundo de hoy, el presente de la Iglesia y el presente de nuestras Iglesias particulares. También de nuestros matrimonios cristianos, que son las “Iglesias domésticas” de las que se compone la Iglesia del mundo entero.

Veremos, casi con pavor, la realidad de Iglesia que los cristianos de hoy recibimos en nuestra manos; y la del mundo en el que se nos manda “pescar hombres”. Sin vocaciones para ser pescadores, y con los pescadores, que hay ya, tan como sintiéndose impotentes, si no derrotados; muchos, siendo una desgracia en su entrega a Cristo y a su tarea. Pero a la vez encontramos una abundante serie de nuevos Movimientos Apostólicos con un entusiasmo que puede ser capaces de llenarnos de ilusión y esperanza. De todas las maneras, sabemos que en los siglos anteriores se han experimentado crisis parecidas, y que siempre se salió adelante porque no somos nosotros, sino que es el Espíritu Santo quien ha de hacerlo, como fue El quien lo hizo con aquellos pobres hombres que Jesús eligió.

Recibimos en nuestras manos el pasado, como aquellos Doce recibieron ya el suyo personal no menos penoso, y dirigiéndose a un mundo más adverso al Evangelio que el mundo nuestro. Lo que nos hace falta a nosotros, como a los Doce, es que, llenos del Espíritu del Resucitado, nos dejemos ganar por el entusiasmo que prendió en ellos ese Espíritu, semejante a unas lenguas de fuego(Hch 1). Precisamente porque la tarea es tan superior a nuestras pobres fuerzas, ponemos nuestro poder en esa debilidad nuestra (2Co 12, 10) demostrando que “el que se gloríe, gloríese en el Señor “(1Co 1, 31). Es a nosotros, en esta realidad, a quienes hoy se nos ha dicho “Remad mar adentro para pescar”.

La declaración de la Carta a los Hebreos, que dice “Jesucristo es el mismo ayer, mañana y siempre”, no sólo sigue siendo el tema de nuestro anuncio; sino que, hablando de los Doce que envió Jesús, los Jefes que ya habían desaparecido, es eso lo que recuerda a quienes han quedado en su lugar. Cristo permanece; a él hemos de unirnos, nos apoyamos en él, no en nuestra debilidad.

Jesucristo es “La Palabra de Dios” que se hizo carne y plantó su tienda entre nosotros. Es aquella Palabra que lo creó todo, la Palabra de las Promesas de Dios que en Cristo se cumplen todas, que lo salvó todo y, victorioso, se quedó con nosotros para siempre (Mt 28, 20). Está aquí en la Biblia su Palabra, en la Iglesia su Cuerpo, en todos los necesitados (Mt 25, 40), y en “los suyos”, los enviados con su Mensaje Salvador (Lc 10, 16).

Quienes no tienen esa fe, con la misma esperanza nuestra, podrán temblar de pánico ante un mundo tan claramente adverso. Pero nosotros no nos arredramos: tenemos tal esperanza porque creemos en Jesucristo, y por él creemos en el mundo como está, creemos en la Iglesia como es; y creemos en el futuro de nuestra tarea, que no es nuestra sino de Dios, si es que de veras hacemos que sea de El, sin manipulaciones.


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Agradecemos al P. Vicente Gallo, S.J. por su colaboración.


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